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Era brillante, extravagante e intensamente reservado, y también, sospecha ella ahora, un bloguero disidente anónimo que había ganado fama por evadir durante años la vigilancia del Estado.
Por Vivian Wang
No es que Bei Zhenying no supiera que su esposo era una persona poco corriente, ni siquiera que tenía algunos secretos.
Era un talentoso programador de computadoras, y ella se enamoró de su inteligencia inquisitiva y su carácter juguetón cuando se conocieron en la universidad en Shanghái. Pero también era orgullosamente inconformista —se negaba a usar las redes sociales o a comprarse ropa nueva— e intensamente reservado, y desaparecía en su estudio para dedicarse a un trabajo del que no quería hablar.
Bei, de 45 años, aceptó esas peculiaridades como los hábitos de un geek profesional, alguien absorto en un mundo que ella, gerente de negocios corporativos, no entendía. Pero nunca imaginó lo poco que sabía de su esposo, Ruan Xiaohuan, hasta que la policía de Shanghái irrumpió en el apartamento de la pareja y se lo llevó.
Las autoridades acusaron a su esposo de conspirar para derrocar al gobierno chino, escribiendo artículos “difamatorios del sistema político de nuestro país”. En febrero, un juez lo condenó a siete años de prisión. A Bei no le quedó más que intentar reconstruir la vida que él le había ocultado.
De lo que se enteraría, en los meses siguientes, era algo más que un secreto personal. Bei cree que Ruan era el autor de uno de los blogs más misteriosos de internet en China, que durante 12 años había ridiculizado al Partido Comunista gobernante desde dentro del país, una hazaña aparentemente impensable bajo el férreo liderazgo de Xi Jinping.
El blog Program Think tenía un estatus casi mítico entre sus fervientes seguidores. Los artículos, escritos de forma anónima, describían la riqueza oculta de los dirigentes chinos, uno de los temas más delicados para el gobierno. En esos textos se daban consejos para ocultar las huellas digitales y se hacían burlas de las autoridades por no desenmascarar al autor. También se instaba a los lectores a pensar por sí mismos, desafiando a la sociedad que les rodeaba.
El blog dejó de actualizarse en mayo de 2021, el mismo mes en que Ruan, de 46 años, fue detenido.
Es prácticamente imposible confirmar si Ruan era el autor de Program Think. El tribunal que lo condenó no mencionó su sitio web, probablemente para evitar llamar la atención sobre él. China trata los casos de seguridad nacional con absoluto secreto, y Bei no ha sido autorizada para hablar con Ruan. Program Think casi no ofrece detalles de identificación.
En cualquier caso, los destinos de Program Think y Ruan forman parte de la misma historia, sobre las drásticas medidas de subterfugio que los ciudadanos chinos deben tomar para poder expresar opiniones disidentes durante el gobierno de Xi. En última instancia, también pueden apuntar a la casi imposibilidad de hacerlo en un Estado de vigilancia en constante expansión.
Pero sus historias también muestran cómo el pensamiento independiente sigue surgiendo, a pesar de —o, a veces, debido a— la implacable campaña de Xi contra ese tipo de manifestaciones. Cuando nos conocimos, a principios de este año, Bei dijo que antes de la detención de su esposo no tenía ningún interés en la política. Pero había decidido divulgar sus sospechas sobre la identidad de Ruan. Ni siquiera se molestaba en eludir la censura de internet en China. Al verse obligada a buscar respuestas, se embarcó en un viaje de descubrimientos, muy parecido al que Program Think se había propuesto inspirar.
“Antes no había sufrido grandes adversidades y solo quería una vida tranquila y feliz”, explica. “Ahora mi visión de la realidad es totalmente distinta. Puedo entender las cosas que escribía en su blog”.
Dos años después de la detención de Ruan, su estudio sigue mostrando señales de las horas que pasó allí, construyendo a escondidas una vida alternativa.
Las ruedas de su silla negra trazaron un surco en el suelo. Libros de programación amarillentos y una Constitución china de bolsillo se alinean en una estantería metálica. Una cama auxiliar descansa contra la pared.
En retrospectiva, reconoció Bei cuando la visité en abril, estaba claro que Ruan ocultaba algo. Se mostraba brusco si ella le abría la puerta, alegando la necesidad de concentrarse mientras programaba.
Pero ella lo atribuía a su devoción por el trabajo, y su habilidad era evidente. Supervisó la seguridad de la información en los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008, según un certificado de la empresa en la que trabajaba en ese momento. Una revista respaldada por el Gobierno le dedicó un artículo en 2010. “Soy una persona que anhela nuevas tecnologías. Solo las nuevas tecnologías despiertan mi pasión”, afirmó.
A veces, a Bei le molestaban sus excentricidades. Ruan se volvió cada vez más solitario y se quejaba de que no encontraba personas con los mismos intereses intelectuales. Alrededor de 2012, al considerar que su trabajo no era lo suficientemente estimulante, renunció. Comenzó a pasar aún más tiempo en su estudio, leyendo y trabajando en software de código abierto.
Se negó a instalar WeChat o AliPay, las omnipresentes aplicaciones chinas de pago y redes sociales, por motivos de seguridad. Cuando un técnico de aire acondicionado visitó su casa, Ruan insistió en que tanto él como Bei lo supervisaran todo el tiempo.
Bei atribuía la aparente paranoia de Ruan a su trabajo. A veces mencionaba noticias políticas, como la corrupción gubernamental, pero no parecía estar enfocado en eso.
Un día de 2020, Bei le preguntó por primera vez a Ruan qué hacía exactamente durante todo el día en su estudio. Ella también había empezado a pasar más tiempo en casa durante la pandemia de coronavirus, y se habían acercado tras años de distanciamiento.
Bei imaginó que estaba en un sitio web extranjero, porque había mencionado tener contacto con programadores extranjeros. Su cautela le hizo sospechar que podría ser delicado. Pero también le hizo creer que evitaría cualquier cosa seria.
“Se me quedó mirando”, recuerda. “Luego me dijo que solo eran cosas de programación, que no lo entendería”.
Poco después del mediodía del 10 de mayo de 2021, sonó el timbre de la puerta.
Bei le pidió a Ruan que contestara y luego oyó un forcejeo. Corriendo hacia la puerta, vio una multitud de policías que se llevaron a su esposo.
Los agentes registraron el apartamento durante 12 horas y le advirtieron a Bei, que seguía aturdida por toda la situación, que Ruan había cometido el delito de subvertir el poder del Estado, un delito vagamente definido en China que suele usarse para castigar a los críticos. Cuando quedó claro que ella no conocía su blog, se marcharon.
Al principio, Bei estaba furiosa con Ruan por guardar secretos y por ponerla en peligro. Pero al final decidió concederle el beneficio de la duda, sobre todo porque la policía le había dicho muy poco.
Ella y los padres de Ruan especularon que tal vez se había convertido en un bloguero de poca monta y las autoridades solo intentaban acallar las críticas antes del centenario del Partido Comunista Chino que se celebró ese año. Esperaban que fuera liberado pronto. Bei no trató de encontrar su blog, creyendo que tenía muy pocos datos.
Pero la corte siguió retrasando el caso y lo suspendió de manera indefinida la primavera pasada, durante el confinamiento por coronavirus en Shanghái. Entonces, el 7 de febrero —21 meses desde la última vez que vio a Ruan—, Bei recibió la abrupta notificación de que podría asistir a su sentencia tres días después.
Cuando Ruan entró en la sala, estaba demacrado. Tenía el pelo casi blanco. Mantuvieron un breve contacto visual antes de que los guardias lo giraran para que mirara al juez.
“Hasta entonces, todavía lo culpaba un poco. Pero cuando lo vi así, ya no tuve otros pensamientos”, dijo Bei. “No importa lo que haya hecho, nadie debería tratarlo así”.
Bei escuchó atónita cómo el juez condenaba a Ruan a siete años, citando en el veredicto escrito su “prolongado descontento” con el gobierno.
Lo que le pareció más chocante es que la sentencia no menciona el blog ni describe su contenido. Solo decía que los artículos supuestamente subversivos comenzaron en junio de 2009, eran más de 100 y habían llegado a “un gran número de internautas”.
Por primera vez, Bei decidió que tenía que sortear los controles en línea de China, para encontrar lo que el gobierno parecía tan desesperado por mantener oculto. Visitando cibercafés para mayor seguridad, aprendió a instalar software anticensura, y luego tecleó en Google las pocas pistas que tenía: “2021, desaparecido, blog”.
El primer resultado en chino fue un artículo de una publicación extranjera, preguntándose qué había pasado con un blog llamado Program Think.
Al abrir el blog de Program Think, Bei se asustó. El artículo lo había descrito como un lugar donde se “exponen los secretos de los poderosos de China”. Si su esposo era el responsable, ¿había estado tramando una subversión después de todo?
Pero al leer el blog, se convenció de dos cosas. Primero, que Ruan lo había escrito. Y la segunda, que no había hecho nada malo.
Las entradas empezaron en enero de 2009 como las extravagantes reflexiones de un conocedor del sector, que recomendaba libros sobre ingeniería de software y se quejaba de errores comunes de codificación.
Pero cinco meses después, el blog adquirió un sentido más crítico. El bloguero escribió que los censores chinos habían empezado a bloquear más sitios web, incluidos Twitter y Blogspot, donde estaba alojado Program Think.
“¡Es una noticia terrible!”, dijo el autor. “¡Es hora de escribir sobre algo que no sea tecnología!”.
El bloguero empezó a subir libros electrónicos como 1984 de George Orwell y a compartir instrucciones para cifrar archivos de datos. Unas publicaciones explicaban la masacre de la plaza de Tiananmén de 1989 y mostraban cómo el gobierno chino manipulaba fotografías históricas.
Para Bei, no era solo la cronología lo que encajaba, o las recomendaciones de libros que sabía que le gustaban a Ruan. Era la voz: ansiosa por aprender y enseñar, pero también fanfarrona, incluso arrogante.
“Mi prioridad es ser un sepulturero del partido-estado”, escribió el bloguero sobre el proyecto de cartografiar las relaciones financieras de los líderes chinos, que se basaba en noticias extranjeras.
La arrogancia creció a medida que el blog se hizo más prominente y, por lo tanto, un objetivo para Pekín. Un texto de 2019 titulado “Por qué el gobierno no puede atraparme” señalaba múltiples intentos de atacar al bloguero, incluidos ataques a una cuenta de Gmail afiliada. El gobierno chino también había pedido formalmente a Github, la plataforma de código abierto donde se alojaba el proyecto de mapeo, que lo censurara, lo que Github dijo que era la primera solicitud de eliminación formulada por Pekín.
“Camaradas policías, trabajen más duro”, decía otra publicación, con una cara sonriente.
Fue precisamente esa mezcla de bravuconería y erudición lo que convirtió a Program Think en una “leyenda en línea”, según Xiao Qiang, investigador sobre la libertad en internet en la Universidad de California en Berkeley. En los cientos de comentarios de cada publicación, los seguidores comparaban al autor con Julian Assange o con el héroe de V de Vendetta, la novela gráfica sobre un justiciero antitotalitario enmascarado.
Los lectores estaban asombrados de que “exista una persona en China capaz de desafiar a las autoridades chinas, mental, política y moralmente”, dijo Xiao.
Pero las autoridades aprovecharon una tecnología cada vez más sofisticada para perseguir a los críticos.
Bei cree que Ruan previó su detención. En los meses previos, a menudo se quejaba de que su internet era inestable. Una vez, dijo que un agente de policía se le había acercado en un Burger King que frecuentaba, preguntándole si lo visitaba a menudo.
El 9 de mayo de 2021 se publicó el último post de Program Think que era una lista actualizada de libros electrónicos que el bloguero había subido.
Al día siguiente, sonó el timbre de la puerta de Bei.
Lo primero que Bei sintió al leer el blog fueron celos. Envidiaba a los lectores de Ruan, que habían ocupado gran parte de su atención, a diferencia de ella.
Pero también sintió una renovada admiración por él. También se indignó por la dureza de su sentencia.
Por eso decidió cambiar su enfoque. Contrató a dos destacados abogados de derechos humanos de Pekín para presentar una apelación. Habló con periodistas extranjeros sobre su convicción de que Ruan estaba detrás de Program Think. Abrió una cuenta en Twitter para recabar el apoyo de los seguidores del blog.
También se sumergió más profundamente en la internet sin censura, aprendiendo los nombres de activistas, abogados y periodistas ciudadanos perseguidos.
“Solía pensar que las noticias de afuera de China y las de adentro utilizarían dos ángulos para informar sobre algo. Nunca supuse que serían como dos mundos completamente distintos”, afirmó.
La presión aumentó de inmediato. En abril, cuando viajó a Pekín para reunirse con sus abogados, los agentes le impidieron salir del hotel. Cuando visité su casa, Bei comenzó a reproducir arias de Handel para bloquear posibles dispositivos de escucha.
Le pregunté si aún tenía fe en el proceso legal, después de despertar a la realidad política de China.
“Imagino que depende de cómo se mire”, respondió. “Si solo porque has visto muchas cosas anormales, crees que lo normal es anormal, eso sería una tragedia”.
A fines de mayo, Bei estaba especialmente optimista. La corte, abruptamente, había pospuesto indefinidamente su decisión sobre la apelación. Eso indicaba que las autoridades estaban considerando la posibilidad de aligerar la condena, me dijo en un mensaje de texto.
Pero en la China de Xi, la clemencia es rara.
Dos semanas después, desapareció la cuenta de Twitter de Bei. Uno de sus abogados dijo que no podía ponerse en contacto con ella; al cabo de varios días, dijo que estaba a salvo, pero que no podía hacer más comentarios, señal de que lo más probable era que las autoridades le advertieron que se callara. Desde entonces no ha vuelto a hablar públicamente.
Uno de los últimos mensajes de texto que me envió hablaba de su determinación de alzar la voz a favor de Ruan.
“Hoy me siento muy fuerte”, escribió. “Seguiré trabajando duro”.
Vivian Wang es corresponsal para China y reside en Pekín, donde escribe sobre cómo el auge y las ambiciones mundiales del país influyen en la vida cotidiana de sus habitantes.
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